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jueves, 11 de febrero de 2010

¡¡Viva el Carnaval!!

¡¡Viva el Carnaval!!

Las primeras fiestas de carnaval datan de 4.000 años atrás, en Babilonia. Con motivo de la veneración de su dios, Marduk, fundador de la ciudad. En su santuario, al inicio de cada primavera, las celebraciones duraban cinco días. La autoridad babilónica era subvertida. Los sirvientes daban órdenes a sus amos. Se incumplían leyes, se ridiculizaba a la justicia. Un reo, convertido en rey, podía disfrutar de ricas prendas y manjares, pero el quinto día, era ejecutado.

Los carnavales reaparecen con las Saturnales romanas, dedicadas al dios Saturno. Se celebraban el día de la consagración de su templo, el 17 de diciembre, concluida la siembra de invierno y duraban siete días. Toda la familia, incluso los esclavos, dejaban los trabajos cotidianos, para darse a los banquetes, regalos…

Todo lo prohibido se permitía, las barreras sociales desaparecían. Un esclavo podía decir a su señor verdades incómodas. Las leyes y los cargos públicos eran caricaturizados. Los soldados se disfrazaban con ropas de mujer y hablaban en voz falsete. El pueblo elegía al rey de los bufones que daba órdenes irracionales incitando a la bebida, al baile desenfrenado y todo tipo de placeres. Al final del festejo, era ejecutado. Sacerdotes y obispos cristianos se opusieron a las Saturnales.

Pese a sus críticas, la iglesia católica también participó de estas fiestas, especialmente en Francia. Clérigos inferiores y menos instruidos practicaban todo tipo de obscenidades. Elegían al obispo de los bufones. En la “misa cantada” participaban con las caras tiznadas y más ridículas. Mujeres y sacerdotes disfrazados de bailarines danzaban y coreaban canciones burlescas. Otros jugaban a las cartas o los dados ante el sacerdote que pronunciaba la misa. Concluida ésta, muchos bailaban desnudos en el lugar sagrado. Fuera del templo, salían en comitiva subidos a viejas carretas, llenas de basura, que lanzaban al populacho. Muchos eclesiásticos intelectuales lo aceptaban como válvula de escape que debía abrirse de vez en cuando.

En Alemania existía, desde 1439, el “Honorable Tribunal de las Máscaras”. Una vez al año, el pueblo lo instauraba. Podía imponer a cualquier forastero un castigo y decirle hasta la verdad más descarnada. La justicia social que se intentaba implementar era la contrapartida del poder opresivo, de la burguesía sobre el campesino. Era un instrumento de control de los más poderosos, bajo el anonimato del bufón enmascarado.

En los desfiles del carnaval del Renacimiento se representaban motivos de la antigüedad clásica, como Neptuno entronizado en un barco o Baco llevando encadenadas a las bacantes. Después con el Barroco, la nobleza prefería las escenas bucólicas con pastoras y pastores, cazadores, gitanas y jardineros.

En España, durante el reinado de los Reyes Católicos ya era costumbre disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en los lugares públicos. Más tarde, en 1523, Carlos I dictó una ley prohibiendo las máscaras y enmascarados. Del mismo modo, Felipe II también llevó a cabo una prohibición sobre máscaras. Fue Felipe IV, quien restauró el esplendor de las máscaras de carnaval.

La palabra “carnaval” fue acuñada en Europa, a fines del siglo XV. Etimológicamente derivaba del italiano carnevale (carne + levare: quitar la carne), aludiendo al comienzo del ayuno de la Cuaresma, 46 días desde el miércoles de ceniza conmemorando el ayuno de Jesucristo en el desierto.

Los carnavales no sólo fueron divertimentos folclóricos, también abrieron el camino a la crítica política. Hoy se pueden escuchar críticas políticas y sociales, entonadas por murgas y chirigotas, que con un humor ácido, divierten y advierten acerca de realidades, que muchas veces, ni con máscaras ni disfraces, se pueden ocultar… Sólo hay que acercarse a Cádiz por carnavales para comprobarlo en primera persona.

martes, 9 de febrero de 2010

Patrón de mis amores.

Patrón de mis amores.

La voz popular ha hecho de este santo el patrón de los enamorados, posiblemente porque durante estas fechas en los países nórdicos los pájaros se aparean o porque, según una tradición, en el tiempo en que vivió san Valentín, en el que la religión cristiana estaba perseguida, él, a escondidas, casaba a las parejas de forma litúrgica.

Algunos creen que es una fiesta cristianizada del paganismo, ya que en la antigua Roma se realizaba por este tiempo la adoración al dios del amor, cuyo nombre era Eros, que han pasado a llamar Cupido. San Valentín goza de popularidad en buena parte de Europa.

¿Quién fue San Valentín?

Un sacerdote nacido en Roma a mediados del siglo III y que gozó de un gran prestigio. Aunque en un principio, el emperador Claudio II quiso ser su amigo, el ejército y el propio gobernador de Roma, Calpurnio, le obligaron a desistir y organizaron una campaña en su contra. Claudio no tuvo más remedio que dar marcha atrás y ordenar a Calpurnio que le procesara. Aquella misión la llevaría a cabo el lugarteniente Asterius.

Cuando Valentín fue llevado ante Asterius, éste se mofó de la religión cristiana y puso a prueba a Valentín. Le preguntó si sería capaz de devolver la vista a una hija suya que era ciega de nacimiento. Valentín aceptó y se obró el milagro. Asterius y toda su familia se convirtieron al cristianismo, pero Valentín no se salvó del martirio, ya que temiendo una rebelión del ejército, el emperador lo mandó ejecutar. Era el año 270.

Los restos mortales de san Valentín se conservan en la Basílica de su mismo nombre en la ciudad italiana de Terni. Cada 14 de febrero allí se celebra un acto de compromiso de parejas que quieren unirse en matrimonio al año siguiente.

El cazador de corazones.

Cupido es un travieso niño alado que se presenta armado de dardos, arco y flechas. Su propósito es “flechar” corazones y unirlos a través de ésta mágica acción invisible.

Mucho antes de la celebración del día de san Valentín, Cupido ya ocupaba un lugar protagonista en las festividades griegas y romanas dedicadas al amor y los enamorados. Era hijo de Afrodita, la diosa del amor, y los griegos lo llamaban Eros. Para los romanos Afrodita era conocida como Venus y su hijo Cupido.

Representa un símbolo del amor, lanzando flechas invisibles a sus víctimas que, inmediata e inexorablemente, caen en las redes del amor.